Las soluciones de la realidad


Las antiguas tragedias griegas se solían resolver con una escasa pero gratificante falta de imaginación. Cuando el protagonista estaba pasando por su peor momento y la situación era crítica, un Dios amigo bajaba de los cielos y le echaba una mano al héroe. Si Dios te echa una mano no debes temer a los mil puños del enemigo, naturalmente. A esto se le llamó “Deus ex machina” (Dios es una máquina) porque en el escenario físico de la obra, alguien que se disfrazaba de Dios bajaba mediante un rudimentario pero efectivo mecanismo de la parte superior de la escena para impresionar a los espectadores. Supongo que esto cubría en Atenas el hueco de los cines actuales y de las superproducciones con efectos especiales digitales.

Años más tarde, Stan Lee, el pésimo guionista de comics pero diseñador genial de súper-héroes, resolvía sus aventuras de un modo similar. El personaje debía estar en un aprieto tan terrible que sólo Dios lo pudiera salvar. En este caso los resultados dejaban bastante que desear. Stan Lee es un diosecillo bastante mediocre y no resolvía bien. Cuando el héroe iba a morir a manos del enemigo, al enemigo se le ocurría que prefería matarlo más tarde para que el bueno tuviera tiempo de recuperarse y zurrarle una buena tunda. Soluciones simplonas más problemas complejos te dan una mala historia. Bueno, algunas tragedias griegas están bien, si no en su final, sí por lo menos en el desarrollo.

En mi vida los problemas complejos no tienen ni “Deus ex machina” ni casualidad benefactora o estupidez del enemigo. O los resuelvo yo, o no hay Dios ni plumilla de segunda que me los resuelva.

Los malos de mi historia son empresarios o banqueros que te ofrecen la mejor hipoteca (para ellos), las mujeres que no te quieren dejar entrar cuando y como quieres dentro de su vagina, los vecinos ruidosos, las cucarachas veraniegas, las olas de calor, las olas de frío, las facturas en el buzón y el agujero negro que se genera en tu cuenta corriente, la inflación que provoca inflación en tu sistema nervioso, la delincuencia juvenil o senil, las malas compañías(me refiero a las compañías que te ofrecen un pésimo servicio de Internet o de telefonía y que rozan la estafa), el polvo que se atrinchera en los rincones, la vida que se nos escapa como una fuga de gas y que sólo percibimos en los cumpleaños, el examinador que se venga de los que alguna vez le examinaron a él, el que te examina los dientes o los ojos y siempre encuentra algo que no está bien… Problemas prosaicos pero complejos. Y lo peor de todos ellos es que muy pocos se pueden resolver mediante ayudas ajenas. Hay quien todavía reza para que la vida le vaya bien pero la estadística demuestra que ese sistema no funciona. Miles de millones de seres humanos asesinados por causas religiosas a lo largo de la historia y religiosos ellos pueden atestiguarlo. Puede que muchos murieran rezando. Dios es como los fontaneros, nunca está cuando lo necesitas.

Esa es una diferencia esencial entre realidad y ficción. La ficción puede ser terrible pero tú te la guisas y tú te la comes. Los problemas tienen soluciones sencillas. Cuanto más imbécil el escritor, más sencillas las soluciones.

La realidad, incomparable por otro lado a la ficción, también tiene soluciones. O eso dicen. Lamentablemente, no siempre las encontramos. O las encontramos tarde. O nos equivocamos. Y nunca oímos los engranajes de la máquina que baja al diosecillo de turno que se descuelga. Por más que lo esperemos. Además, todo el mundo admite también que hay algo que no tiene solución. Algo que en la ficción sí la tendría: la muerte.

Al final solo gana ese del que hablaba Edgar Allan Poe: el gusano conquistador.

Eso confirma la idea de que hay que ser muy rastrero para medrar.

En fin… Yo a pesar de estos pesares que tecleo, soy optimista.

Cada vez que acudo a la oficina de apuestas con mi Primitiva en la mano, le dedico mis pensamientos al verdadero y último“Deus ex Machina” de la era moderna: el dinero. De todas las soluciones fáciles y mínimante verosímiles que te puede dar la realidad, esta es mi preferida. Si Dios no quiere acudir a mis plegarias me parece bien. No se me da bien hablar con desconocidos. Pero por favor, que me caigan unos milloncejos para morir de un atracón y no de trabajar.

¡Y basta ya con decir que el dinero no da la felicidad!

¿Acaso te la da la pobreza?

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