Bajón en las rebajas


No encontró nada en las rebajas


Los centros comerciales me deprimen. Lo he comprobado hace poco. Antes pensaba que el bajón era casual pero no. Son esos centros de consumismo. El tiempo que paso en ellos suele ser obligado. Si no estoy trabajando es que alguien me ha llevado a comprar ropa o algo así. Normalmente mi compañera.

Ella llega al centro comercial con alguna excusa como “hay que comprar cacao en polvo para el desayuno en el supermercado del centro” o “no tenemos mantequilla Irlandesa de esa que sólo venden aquí”. Después de haber cubierto esa necesaria misión llega la verdad, los datos desclasificados. Ella quiere mirarse algunas “cositas”. Un reguero de tiendas de ropa para mujer se extiende ante mi futuro inmediato. El aburrimiento que se prevé es sobrecogedor. Veo mi entorno como una recreación de los mundos de H.R. Giger. El ambiente me da algo de miedo, la verdad. Y los aliens llevan faldas.

Camino con la cadencia rítmica y la gracia de un preso con grilletes en mitad de un desierto a cincuenta grados a la sombra y tirando de una carreta. Al menos el preso lucha por la vida. Yo sólo pienso en perderla atándome un cinturón de Zara al cuello y descolgarme desde el tercer piso, junto a la multisala llena de idiotas que confunden el cine con un comedero de palomitas. ¡Que se les quiten las ganas de maíz!

Pero no. Me voy al aparcamiento de hombres junto a una tienda y la dejo entrar a mirar sus telas. Allí, otros zombis de aspecto deprimente esperan a sus respectivas. Algunos se quedan con el niño o la niña, otros se sientan en un banco y miran la baldosa más cercana, también miran otras mujeres que piensan en vestirse mientras las desnudan con los ojos… Una nueva idea para los infiernos de “La Divina Comedia” del Dante. Allí podrían ir los que por ejemplo han pecado de comprarse muchos comics de superhéroes mientras miles de niños morían de hambre en África.

Yo escucho el MP3 o leo un libro o las dos tareas a la vez. Ya noto el bajón en mis entrañas. Empiezo a pensar en lo inútil de la condición humana. ¿Por qué existimos si tenemos que pasar una tarde en un centro comercial? Esos minutos podrían utilizarse para dar vueltas sudorosas y jadeantes sobre una sábana. La ropa no hace más que alejarnos de una bonita visión. En algunos casos defiende de un adefesio, es cierto. Y no es menos cierto que un regalo bonito si va bien envuelto gana pero… No puede dedicarse una tarde de día festivo a eso. Es muy triste.

Ella me llama en mitad de mi canción preferida. Me quito los cascos de la oreja y camino hasta la siguiente parada. Allí hay unas blusas muy bonitas. Hay que contribuir a remover esos montones de ropa. Que trabajen las chicas que dedican su vida a doblar lo desdoblado. Esas dependientas deben estar hasta el coño de la ropa. Debería liarme con alguna. Seguro que prefiere que le golpee con un cazo en la cabeza antes que ir de tiendas o a centros comerciales.

La tarde pasa y resisto mis ganas de lanzarme desde la terraza junto al restaurante Mexicano. Hay treinta metros de caída hasta el suelo. Un final digno para toda esa angustia. Ese mundo es antinatural. Hay que salir de una vaina de las de “La invasión de los ultracuerpos” para sentirse a gusto de esa manera.

Bajamos por las escaleras mecánicas con esas gentes que me parecen tan tristes. Tal vez porque yo me siento así. Y de pronto lo veo. Hay una tienda dónde venden discos, libros y ¡ja,ja,ja la venganza es dulce! un buen montón de esos cómics que tanto odia ella. Le digo de entrar conmigo pero dice que prefiere quedarse fuera. Especialmente alejada de los cómics. Yo entro, repentinamente aliviado de mi bajón. Mi estado de ánimo se recupera. Conseguimos algo de altitud, el avión esta fuera de peligro, la montaña está por debajo nuestro. Y miro hacia atrás.

La veo a ella mirándome agobiada desde la barrera de cristal. Veo los primeros síntomas del aburrimiento en su lenguaje gestual.

Por un momento siento que ella es yo y que yo soy ella.

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